Por distracción ella vació un vaso de limonada en el suelo. Estábamos terminando de almorzar y se entristeció "me van a pegar".
- No, no te voy a pegar. Termina de comer.
- Ya no me va a querer.
Yo me acordé así, flash, de una predicación de Martín Valverde, donde decía que los padres trasmiten a sus hijos "si te portas bien, te quiero mucho" y por eso no somos capaces de entender el amor incondicional de Dios.
Le dije a mi hija que me mirara, ella no quería, estaba avergonzada por el vaso regado.
- Hija, yo te quiero siempre, aunque me enoje contigo por algo, o aunque te castigue, o aunque esté haciendo otras cosas, yo siempre te quiero.
Y me arriesgué a ir más allá. Quizás no lo entienda, pero lo grabo en su mente de niña.
- No hay nada que puedas hacer para que yo te deje de querer.
Me seguía mirando con ese par de soles que tiene donde deberían estar los ojos.
- Y me quieres aunque yo me porte mal. - Sí.
- Y me quieres aunque yo sea grosera y haga pataleta. - Sí.
- Y me quieres aunque yo este brava y gritando. - Sí.
Caray... entendió...
Yo no creo en el amor incondicional, mi mente no lo acepta...
pero y si ella lo acepta como una verdad sencilla de su vida?
Si vive sin la sombra de "me van a dejar de querer, no quiero que me dejen de querer" que es el motor con el que nos movemos o nos inmovilizamos las mujeres?
Qué nivel de plenitud puede tener una vida donde encontrar el amor no es una carrera contra la pared, sino una cotidianidad?
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