El punto culmen de la historia es cuando Winston es llevado a la habitación 101 y donde le ponen la cabeza en una jaula llena de ratas. En medio del desespero, Winston grita “a mí no, a mí no, háganselo a Julia, pero a mí no”.
Después de eso lo dejan libre y pasando el tiempo se encuentra con Julia en un marchito momento donde él le dice: “yo te traicioné” y ella le dice: “yo también te traicioné” y se separan aunque saben que si siguen juntos nadie los va a molestar.
Aunque he leído el libro varias veces, no había entendido el significado profundo que tiene esa escena.
Empecé a entenderla el día que Isabela recibió sus vacunas de los dos meses y esa tarde a pesar del acetaminofen, gritaba del dolor cada vez que estiraba su pierna. Yo le ponía una compresa y la arrullé en su sueño inquieto.
Y yo, con angustia pensaba con toda sinceridad que prefería que me doliera a
mí. Si hubiera podido transferirme a mí misma su dolor lo hubiera hecho.
Winston y Julia se amaban pero el vínculo se rompió cuando cada uno puso su bienestar por encima del de la persona amada, hasta el punto de querer cederle su propio dolor a la otra persona. El sistema les habia ganado, había malogrado su corazón desde lo más profundo.
La intensidad de mi sentimiento por un malestar de vacunas, me hace pensar mucho en la realidad de los sentimientos de una madre y empezar a entender en mis propias venas el valor y el impulso que se siente ante cada sonrisa y cada lágrima de un hijo.