Se acostumbra celebrar el cumpleaños del retoño. Embarazo y todas sus viscisitudes van quedando atrás, como si no hubieran sido lo que fueron: un completo revolcón y punto de giro en la vida de una mujer.
Cuando se empieza a ir a las consultas de embarazo, la pregunta habitual es "fecha del último periodo" porque oficialmente es el comienzo del ciclo de la vida, el ciclo menstrual, y el que comenzó en julio 18 de 2006 fue el que produjo el óvulo que luego se convirtió en Isabella.
Es mi fiesta privada de maternidad. 18 de julio fue por mucho tiempo una fecha mencionada, por la que se calculó de manera exacta el parto: 18 de abril.
Casi no me acuerdo de mí antes de ser mamá. Casi no me acuerdo de mí antes de saber qué era una verdadera responsabilidad.
En este último año, después de ver a Isabella caminar, correr y hablar, es cuando he podido tratar de encontrarme en la del espejo.
La vida ha cambiado, por supuesto. Tener un hijo es agregarle a la vida ajenjo y miel.
Apenas esta mañana recordé lo que fue un sueño dorado: pisar con mis pies el suelo junto a las pirámides egipcias.
De tanto ser como una osa que cuida el cachorro, simplemente, eso soy.
Y los sueños que no me cabían en el corazón, ahora si acaso tienen un espacio en la memoria y digo como mi mamá decía: Estaría contenta con tener una casa propia donde estar con mi hija.
Cuando leía el Evangelio, mentalmente me situaba siempre con los apóstoles, aprendiendo, luchando conmigo misma, recibiendo encargos sagrados, misiones que no alcanzaría a cumplir.
Ahora, cuando le sacudo el polvo a mi Biblia y leo, no estoy. Siento que si me busco, me encontraría junto a las pobres viudas necesitadas y desatendidas.
Y no puedo aceptarlo, viuda sin duelo, en eterno duelo de lo que no fue. Pero la negación no cambia la realidad.
En fin, feliz cumpleaños a mi maternidad, feliz aniversario de mi punto de giro.
Y feliz día a la del espejo también, que poco a poco seamos una de nuevo.
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