
A pesar de lo esquiva que estuvo Isabela en Bogotá, cuando se encontró con Dorita, es como si la hubiera reconocido, a ella que nos recibió en su casa cuando Isa nació y aunque vivimos pocos meses en su casa, podemos decir que nos brindó calor de hogar y la luz de la Fe.
A los pocos minutos de haber llegado, Isabella jugaba, reía y se lanzaba a sus brazos.
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