sábado, 11 de octubre de 2008


Isabella dice "no", hace una trompita divina y dice la palabra "no". Y sabe para qué es.

Ayer viernes cuando llegué a recogerla para ir a casa, me dijo "no" y se volteó. Lleva varios días que no se quiere ir conmigo y no entiendo su actitud.

Quizás que empieza a estar más conciente de que en la mañana me voy y vuelvo hasta la noche, a verla dormir.

Y a mí su rechazo me genera una lucha tenaz internamente. Se ha dicho mucho que las mamás no debemos esperar en los hijos a esas personas que "sí nos van a querer", que "por fin nos van a querer".

Hasta lo que sé, funciona al revés, para las mamás los hijos y las hijas son las personas a las que "sí", "por fin", vamos nosotras a querer, es nuestra experiencia de encuentro con el amor en el sentido de amar.

Y pensé, "si hubiera sabido que esta niñita se iba a poner a llorar al recogerla hoy, me hubiera quedado con mis compañeros de trabajo bajando una o dos cervezas frías y no hubiera corrido por toda la ciudad para llegar rápido".

Cuando llegamos a la casa ella dejó de llorar y yo, más o menos zombi y en silencio hice más o menos las cosas de siempre, el pañal, la piyama, el tete con leche Progress (que le doy sólo en la noche porque es de las más caras del mercado), la cuna y la miraba en silencio por lo general le hablo y le canto y le rio pero ayer estaba en silencio. Ella, olvidado el llanto me miraba con sus ojos grandes y limpios, me agarró la mano y se durmió.

"Cuida tu corazón porque en el están las fuentes de la vida" dice la Palabra de Dios y yo tengo que cuidar el mío, que ya sé que es frágil en su afectividad.

Un ligero "click" de alarma, porque no puedo caer en el engaño de creer que es mi hija la responsable de hacer que me sienta amada, eso es sólo potestad de Dios.

Y quería exigirle una respuesta a Dios pero recordé el escrito de San Agustín que me regalaron esta semana: "(...) No le pidas a dios que te responda cuando le hablas, ¡respondele tú! porque Él te habló primero (...)".

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